La Unión Europea, con el objetivo de reducir el impacto medioambiental y la factura energética provocados por el consumismo, impulsó recientemente una ley contra la obsolescencia programada. Con esta normativa, obligando a las empresas a alargar la vida útil de sus productos, el organismo continental busca la implantación de un sistema económico más sostenible.
Se entiende por obsolescencia programada a la vida útil que un fabricante da a un producto, es decir, el tiempo en el que éste mantiene todas sus propiedades para funcionar de manera correcta.
Es algo así como la 'fecha de caducidad' de un aparato electrónico, un electrodoméstico o un dispositivo móvil, por ejemplo.
Seguro que en casa de tus padres existe una tostadora antigua que tienen desde que se casaron y que funciona perfectamente. Y, sin embargo, tú habrás comprado ya seis aparatos para tostar el pan desde que te independizaste y ninguno es ni tan bueno ni tan duradero como el que tienen ellos.
Eso es porque, como nos dicen nuestros mayores, ya las cosas no se hacen como se hacían antes.
En una sociedad de consumo como la actual ya no se fabrican productos para que duren toda la vida sino para poder (o más bien tener que) renovarlos cada cierto tiempo.
Seguro que has tenido algún teléfono móvil que ha dejado de funcionar justo unos días después de que expirara el período de garantía y no te ha quedado más remedio que estrenar smartphone nuevo. ¿A que eso hace años no te ocurría?
Esto es, básicamente, porque el fabricante ha reducido a sabiendas su ciclo de vida útil para obligar al consumidor a adquirir otro similar.
En el libro The Waste Makers, del autor Vance Packard, se identifican tres tipos principales de obsolescencia programada:
El mismo autor señalado anteriormente asegura que existen tres formas de obsolescencia programada:
Te hemos venido poniendo ejemplos de obsolescencia programada, para que veas de forma práctica en qué consiste y cómo afecta a tu día a día.
Cuando hablamos de obsolescencia programada, muchos expertos ponen como ejemplo las primeras bombillas de Thomas Edison, que en algunos museos siguen encendidas más de un siglo después de que el genio las inventara. Algo así es hoy en día casi impensable.
Ya no hay productos que duren tanto. No hay más que ver que compañías como Apple o Samsung lanzan un smartphone nuevo cada año, dejando 'viejo' al del año anterior.
¿Y qué hay de esos electrodomésticos (televisores, lavadoras, microondas, lavavajillas o frigoríficos) que antes te costaban un riñón y parte del otro pero que ya duraban para siempre? No te creas que es casualidad que ahora sean tan relativamente asequibles: se rompen mucho antes y te obligan a cambiarlos cada cierto tiempo.
Inevitablemente, el tener que sustituir un producto por otro significa que hay que tirar el que ya no sirve. La mayoría de las veces, en una economía lineal, eso implica generar unos residuos en nuestro entorno y, también, un consumo extra de recursos para la fabricación de los nuevos aparatos.
La mayor parte de los productos que renovamos con asiduidad son altamente contaminantes y, en ocasiones, terminan perjudicando más a los más vulnerables. Un dato preocupante es que muchos de los vertederos especializados en este tipo de productos se encuentran en países tercermundistas, lo que agrava más si cabe sus problemas de desarrollo.
Existe un documental de Cosima Dannoritzer, titulado Comprar, tirar, comprar, que te explica con ejemplos claros qué consecuencias tiene en nuestro entorno la obsolescencia programada.
Cuando las empresas se comprometen con el medio ambiente y apuestan por una economía circular, una de las medidas que pueden adoptar para evitar la contaminación es alargar la vida útil de sus productos.
Eso comienza con un diseño sostenible del producto pero, al mismo tiempo, debe ser complementado con una conciencia ecológica del consumidor.
La existencia de la obsolescencia programada se debe, básicamente, a una cuestión de beneficio económico. Las empresas no fabrican una bombilla que dure 25 años sino una que dure pocos años o incluso pocos meses para que tengas que sustituirla por otra en poco tiempo y tengas que volver a comprar sus productos.
Si todas las bombillas durasen mucho tiempo, es muy probable que las empresas que venden bombillas acabarían quebrando porque sólo venderían sus productos una vez cada mucho tiempo. Por eso, en una sociedad de consumo como la nuestra, a veces es necesaria la obsolescencia programada, al menos desde el punto de vista empresarial y económico. Y es que la obsolescencia programada tiene ventajas y desventajas.