La protección y la conservación del medio ambiente es uno de los objetivos que se persiguen desde comienzos del siglo XXI. Todo esto ha dado lugar a un proceso de transición energética en el que las fuentes de energías tradicionales se han sustituido por otras más ecológicas, más duraderas y que no emiten agentes contaminantes.
Transición energética es el nombre que se ha puesto al proceso de cambio de un modelo de producción de energía a otro, concretamente, hace referencia al cambio de fuentes de energías no renovables entre las que aparecen combustibles fósiles como el carbón o el petróleo por fuentes renovables como la energía eólica o la solar.
El objetivo de este proceso es aminorar el impacto ambiental de la producción energética, mitigar los efectos del cambio climático y reducir los niveles de contaminación del aire. En este sentido también aparecen medidas como la búsqueda de la eficiencia energética que se basa en invertir la cantidad de energía que se necesita sin que se produzcan desperdicios ni gastos extras.
Los recursos naturales en transición hacen referencia a aquellas fuentes que están presentes en la naturaleza y que se renuevan constantemente. La luz del sol, el viento o el agua son un ejemplo de ello y se trata de fuentes esenciales para llevar a cabo los procesos de transición energética.
Todas las energías renovables destacan por ser bastante eficientes y la diferencia entre ellas radica en los procesos de producción que hay que llevar a cabo para transformarlas y que puedan ser utilizadas por los consumidores. Un ejemplo se localiza en la energía eólica o en la mareomotriz que requieren de procesos de transformación que son relativamente complejos.
Este contexto hace que la energía solar sea la más eficiente y eso se debe a que su presencia es constante y su aprovechamiento es relativamente sencillo. De hecho, la instalación de paneles solares es habitual hoy en día.
