Tenemos la gran fortuna de que nos ha tocado vivir entre las generaciones que, de una vez por todas, han decidido dar un paso adelante para devolverle a la naturaleza lo que es suyo. Este afán nuestro por conseguir que el planeta Tierra vuelva a ser lo que fue antes de la sobreexplotación a la que le ha sometido el ser humano ha hecho que surjan nuevos conceptos como el de equilibrio ecológico. Está claro que tenemos que vivir, pero si podemos hacerlo de un modo mucho menos dañino para nuestro entorno… ¿por qué no hacerlo bien de una vez por todas?
El equilibrio ecológico es un estado deseable de nuestro entorno, totalmente saludable en función a parámetros previamente prefijados. Deseable, decimos, porque es el estado natural de aquellos entornos en los que no hay intervención humana. Sin embargo, nuestra actividad suele alterar este equilibrio, habitualmente porque pretende sacar un rendimiento económico de ellos. Eso sí, del mismo modo que nuestra intervención en el entorno suele resultar negativa, también puede ser positiva si nos lo proponemos. Alcanzar el equilibrio ecológico no es imposible, solo hay que ponerle ganas.
Si de verdad queremos alcanzar un equilibrio ecológico, debemos ser consciente de lo problemático que resulta para nuestro planeta que nos pongamos freno a ciertas actividades.
La educación ambiental es una de las mejores inversiones en futuro que podemos hacer. Que los niños de hoy aprendan a ser adultos responsables desde pequeños será lo que les salve de tener que andar como estamos nosotros ahora.